Hola a tod@s y bienvenidos a este, ya, capítulo o artículo número 35 de mi blog personal o comunidad de:

@elblogdejorgeesquirol.

¿Cómo estáis? ¿Cómo ha ido vuestra semana?

¡Cómo pasa el tiempo!, ¿no es cierto? Estamos ya casi en Semana Santa y por ello he decidido escribir este nuevo capítulo/artículo, titulado, como habréis podido observar y leer, «Cuando el alma recuerda».

Hay semanas que pasan sin dejar rastro, y otras que, año tras año, vuelven para quedarse dentro. La Semana Santa en mi país de nacimiento, España, no es una más en el calendario, es una herida dulce que se abre cada primavera para recordarnos que estamos hechos y forjados de historia, emoción y silencio.

El aire empieza a oler distinto, el aroma del incienso flotando en las calles y algo en la mirada de la gente cambia. El rumor de los tambores se mezcla con la respiración contenida de una multitud que, de repente, se vuelve tan sólo una; basta una marcha procesional para que nuestro corazón se encoja, basta el crujido de un paso avanzando lento sobre adoquines centenarios para que nuestros pensamientos se detengan, y una vela encendida para que muchos de nosotros recuerden a los que ya no están con nosotros.

La Semana Santa no se explica, se siente, se hereda en susurros, se transmite en miradas, se vive en las aceras de cualquier ciudad donde el tiempo se detiene al paso de una imagen. Porque no importa si tienes fe, si crees o no, no importa si rezas cada día o si sólo te dejas llevar por la belleza de lo que ocurre.

La Semana Santa está hecha para tocar algo que va más allá de la razón o de la fe católica y de la manera personal de vivirla yo mismo, o cualquiera de los millones de católicos del mundo.

Esta época te transporta a tu infancia en un pueblo, viendo pasar a los costaleros bajo la lluvia con la esperanza de que no se suspenda la procesión; te trae recuerdos de tu padre llevándote a hombros entre el gentío que se acumula en las calles. La Semana Santa es la voz rota de una saeta que atraviesa la madrugada como un lamento sagrado, es tu madre poniéndote la ropa «de Domingo de Ramos» y diciéndote que guardes silencio, porque «esto es importante», y tú, sin saber muy bien por qué, sabías que sí, que lo era. Y yo lo sigo sabiendo y sintiendo con mucha más fuerza.

En un mundo que corre, que grita, que se entretiene hasta el exceso, la Semana Santa llega con su pausa milenaria, con su lenguaje sin palabras, y de pronto, callamos, miramos, sentimos… Y lloramos, aunque en la mayoría de las ocasiones no sepamos muy bien por qué.

A veces lloramos por nosotros, por lo que fuimos, por lo que perdimos. Por quienes se fueron y nos siguen acompañando en cada paso, por la abuela y la madre que hacía torrijas sin receta, por el abuelo que se emocionaba con cada procesión, por esa fe, o ese respeto, que permanece incluso cuando ya no queda oración.

La cultura de la Semana Santa en España es tremendamente rica en historia, que se entrelaza con la gran emoción que despierta: Sevilla con su arte, Zamora con su silencio, Málaga con su fuerza, Cuenca con su mística, Cartagena con su alma marinera, Valladolid con su sobriedad solemne…

Cada rincón guarda su propia manera de vivir la pasión, y todos, sin excepción, compartimos algo: el poder de unirnos alrededor de lo sagrado, lo bello, lo humano.

Y sí, también están las torrijas, el potaje, el bacalao al estilo casero, porque hasta la cocina en Semana Santa tiene alma, porque son sabores que huelen a familia, a infancia, a tradición. Cada bocado sabe a memoria, y eso también es sagrado.

Hay quienes viven la Semana Santa como un acto de fe profunda, como es mi caso; otros, como un encuentro con el arte, con el legado, con la historia; y hay quienes sólo buscan reencontrarse con sus raíces, con su gente, con ese trocito de vida que se les quedó en una plaza, mirando una procesión bajo la luna.

Y es que la Semana Santa no es sólo religión. Es espiritualidad, es emoción compartida, es un país entero mirándose el alma durante siete días; es una madre con lágrimas en los ojos, viendo pasar a su hijo vestido de nazareno; es un abuelo que vuelve a ver, año tras año, el mismo paso que vio pasar desde niño y le recuerda que sigue aquí, que está vivo y que sigue sintiendo.

La Semana Santa también es tiempo de reconciliación: con el tiempo, con el pasado, con la propia vulnerabilidad y con nosotros mismos.

Nos obliga a parar, a recordar, a mirar hacia dentro. ¿Qué ha muerto en nosotros? ¿Qué sigue vivo? ¿Qué merece ser resucitado?

En las calles, el sonido de una banda rompe la noche, los aplausos no están permitidos, pero el alma aplaude igual. Porque lo que ocurre ahí, en medio del silencio, es un susurro de belleza que no necesita explicación.

Una belleza que se siente en la piel, en el pecho y, sobre todo, en los ojos humedecidos de miles de personas que se reconocen, sin decirse nada, sintiendo la misma emoción del otro.

Y en medio de todo eso, tú, quizá buscando respuestas o simplemente sentir, porque hay momentos en los que vivir con intensidad ya es un acto sagrado.

No hace falta ser creyente para conmoverse, basta con tener corazón.

Semana Santa,

Déjala entrar.

Siéntela sin prejuicios.

Escucha lo que quiere decirte.

A cada uno de los que celebráis esta Semana Santa con fe, recogimiento, silencio y devoción, me uno a vosotros, como he hecho cada año de mi vida. A los que no, disfrutad de vuestros días libres, pero os insto —nunca obligo— a poder sentir lo mismo que he sentido y estoy sintiendo yo al escribir este capítulo.

Si este texto ha despertado algo en ti, una emoción, un recuerdo, una lágrima que no sabías que estaba ahí, compártelo.

Compártelo con quienes puedas saber que necesitan sentir, recordar, respirar más hondo, o adquirir esa fe de la que me siento orgulloso y a la que tantas veces me acojo, cuando la incertidumbre me invade.

Porque hay corazones esperando ser tocados.

Y quizá esta Semana Santa sea el momento perfecto para abrirles la puerta.

Que esta Semana Santa no pase desapercibida para ti, ni para ninguno de vosotros.

Jorge Esquirol

@elblogdejorgeesquirol

Posdata:

Gracias infinitas a todos los que me contactasteis desde países foráneos y desde el mío propio para no solo felicitarme por el primer capítulo de «Tu Motivación es mi Meta» (TMEMM), sino también a los que me dejasteis comentarios tan hermosos. Subscribíos, que es totalmente gratis, así como a esta web, que en muy poquito va a pegar un pequeño cambio, en el que está trabajando mi equipo desde hace meses, capitaneado por el gran Xavi Bonet.

«La Pirámide del Alma», mi segundo libro editorial, ya es un hecho, se lanza al mundo en muy pocos días, esta vez en dos idiomas, español e inglés. Mucha ilusión contenida por las expectativas, pero la satisfacción por poder haber lanzado dos libros editoriales en menos de un año es justo ahí donde radica mi éxito personal.

Mil gracias a todos y cada uno de vosotros que formáis parte de esta comunidad llamada @elblogdejorgeesquirol. En el blog de la semana que viene os daré las estadísticas reales, en cuanto me pasen los informes del dpto. de marketing, pero me anticipo agradeciendo a Irlanda, México, Suecia y USA su fidelidad, y sobre todo a un nuevo país que se ha incorporado sorprendentemente con mucha fuerza: Dinamarca. Gracias por todo y, por tanto.

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Que paséis un gran fin de semana y una gran Semana Santa.

Os abrazo y os quiero cada día más.

Jorge Esquirol